martes, 28 de julio de 2009

postal de verano

La plaza ardía de gente. Las terrazas no mostraban ni un velador desocupado;la heladería presentaba un lleno absoluto en ese medio día estival y enrojecido. El músico callejero tocaba, a plenosol, su acordeón adormilado; de vez en cuando, disimulando, se acercaba a la risueña sombra de una buganvilla, para volver sobre sus pasos. La gente, yendo y viniendo, charlando, riendo y hasta vociferando para hacerse oír en medio de tanta algarabía.Apenas un niño prestaba atención a los acordes de esa melodía acuchillada. Sus ojos eran ascuas, y su pelo bermejo, al son del poniente y la música, se movía.Tras interpretar varias piezas, el músico, quitándose su gorra desteñida, por la sal y el tiempo, pasó de velador en velador y alrededor del brocal de la fuente pidiendo alguna propina para su destreza. Sólo el niño, aún fascinado, en la contrapuerta de la heladería, renunciando a su helado, donó la moneda que portaba a la boina tan humilde y vacía.

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