miércoles, 12 de septiembre de 2012
Descanso
Tumbado en la cama, cuando llega el ocaso de mi día, cierro los ojos y me siento libre. Ahí estamos solos mi soledad y yo, dejando que mis pensamientos y mis sentimientos fluyan mano a mano sin que nada ni nadie impida libertad absoluta de paso.
Es ese momento repaso mi día, analizo los instantes más importantes vividos, y organizo lo que está por llegar cuando de nuevo se abran mis ojos y despierte mi cuerpo.
Tras un día duro, en lo físico y en lo personal, siempre son ellos los que me indican el momento de irme a dormir. A veces no me dejan disfrutar del placer de ordenar lo que pienso y lo que siento. Días que se hacen largos, no es culpa suya
Otros días, sin embargo, son ellos los que me obligan al deleite personal. Días en los que aunque mi cuerpo pida descanso, ellos no piensan lo mismo y permanecen abiertos pese a estar cerrados. Entonces me aprovecho y hago de la obligación un disfrute, sin agobios, dejándome llevar.
Surge el primer pensamiento, me gusta y por tanto disfruto de él. De repente cuando ya no siento mi cuerpo en el mundo terrenal y ando camino hacia los aposentos de Cronos, mis ojos se abren. Sigo despierto y aunque trato de recuperar el camino del sueño, no lo encuentro, se ha ido y ya no volverá.
En su lugar aparecen nuevos pensamientos que no me gustan y me agobio. En ese momento cambio de postura, esperando que sea ella la que me guíe hacía el sueño final.
Nuevas imágenes vienen a mi mente, si me gustan sigo con ellas tratando que sean las definitivas. Si no me gustan las desecho, cambiando de nuevo la posición, sin saber durante ese movimiento que me deparará mi nueva postura.
Así hasta que encuentro la que haga un pacto entre mi mente y mi alma que facilite que el sueño venga a mí, llevándome al descanso nocturno.
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